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De pastelero a ingeniero: ¿por qué el 'padre' del legendario T-34 viajó hasta el Kremlin en su tanque?

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Mijaíl Kóshkin no llegó a ver el triunfo de su 'bebé blindado' en el campo de batalla de la Segunda Guerra Mundial.
De pastelero a ingeniero: ¿por qué el 'padre' del legendario T-34 viajó hasta el Kremlin en su tanque?

El 8 de julio de 1941, los tanques de la 17.ª División de Tanques de la Wehrmacht avanzaban lentamente hacia el río Dniéper, cerca de la ciudad de Senno, pisando centeno y patatas con sus orugas. Aquí y allá, columnas de humo negro y aceitoso se elevaban hacia el cielo sobre el campo, marcando el lugar de la última batalla del tanque ligero ruso T-26 o el alemán T-III.

Los tanques alemanes, lejos de sus unidades de retaguardia, se estaban quedando sin munición. Justo en el momento en que los cansados artilleros, en sus atestadas torretas con olor a humo de pólvora, recibieron la orden de conservar los proyectiles, un tanque ruso achaparrado, cuya silueta era desconocida para los alemanes, salió arrastrándose de entre el denso centeno. 

Varios tanques alemanes abrieron fuego contra él, pero los proyectiles rebotaron en su enorme torreta. El tanque ruso giró hacia un camino rural donde había un cañón antitanque alemán de 37 mm. Los artilleros alemanes dispararon proyectil tras proyectil contra el tanque, que se seguía aproximando hasta que llegó al cañón, giró sobre sus anchas orugas y lo aplastó contra el suelo.   

Luego, dejando atrás un T-III incendiado, el tanque penetró 15 kilómetros en la defensa alemana hasta que fue alcanzado en su parte trasera por un proyectil de un cañón de 100 mm. Este fue el primer contacto de los tanquistas de la 17.ª División de Tanques con el T-34.

Los encuentros con el T-34 causaron una impresión opresiva en los tanquistas alemanes, cuya moral se basaba en parte en una fuerte creencia en la superioridad de la tecnología alemana. "Un arma milagrosa", decía un informe alemán sobre el T-34, que "siembra el miedo y el terror allí donde aparece...". 

Lo que acaban de leer son extractos del libro 'De Barbarossa a Terminal', que reúne una compilación de valoraciones occidentales sobre el rol de la URSS en la derrota del nazismo. Y es que a la hora de decidir sobre cómo arrancar este nuevo episodio de Huellas Rusas, en el que narramos la historia humana detrás de la creación del icónico tanque T-34, no hubo mucha vacilación: no hay mejor manera para dar una evaluación concreta y relativamente objetiva de un blindado que citar las palabras del que fuera tu enemigo.

Sobrevivir

Una planta de caramelos. Ese fue el lugar en el que empezó su carrera el diseñador jefe del T-34, Mijaíl Ilyich Kóshkin. Nacido en una familia pobre, oriunda de un poblado perdido en la boscosa y pobre zona central del país en la provincia de Yaroslavl, Mijaíl tuvo que luchar por su sobrevivencia desde el principio. Para ayudar a su familia tras la muerte de su padre durante unos trabajos de la tala, el joven se mudó a Moscú sin tener apenas educación alguna a sus espaldas. Empero, logró colocarse como aprendiz en el taller de caramelos de una pujante fábrica de dulces. 

Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, el obrero Kóshkin seguía en su planta, hasta que los engranajes de la guerra terminaron arrastrándole en el marco de la movilización. Fue herido en el frente, pero pudo burlar a la muerte, aunque el estallido de la guerra civil tras las dos revoluciones de 1917 hizo que Mijaíl se pusiera el uniforme militar otra vez, uniéndose a las filas de lo que luego sería el Ejército Rojo. 

A diferencia de millones que se ahogaron en la vorágine de aquellos años caóticos, el expastelero, pese a sus heridas de combate y enfermarse de tifus, siguió nadando con miras a construir una sólida carrera dentro del partido bolchevique.Tras pasar unos cursos de capacitación, Kóshkin se trasladó a la norteña región de Viatka con la tarea de encabezar una planta de caramelos local. 

Cambio de planes

Sin embargo, pronto la vida de Kóshkin cambia en un abrir y cerrar de ojos: tras pedir al partido que le ayude a obtener formación técnica, logra matricularse en el Instituto Politécnico de Leningrado. Eran los tiempos de los primeros planes quinquenales, cuando la URSS necesitaba urgentemente a personal capacitado en aras de alcanzar las metas de la industrialización forzada. El apego de Mijaíl Ilyich a la construcción de tanques encajaba perfectamente con las necesidades del país para blindarse en caso de una nueva guerra que no paraba de vislumbrarse en el horizonte. El ya excaramelero todavía no sabe qué sacrificios tendría que hacer para dar vida al T-34, el tanque de su vida. 

Tras acumular suficiente experiencia en la planta de Kírov en Leningrado, el joven constructor recibe nuevo nombramiento a finales de 1936: encabezar la oficina de diseño en la planta de motores de Járkov. Aparte de modernizar tanques ligeros como el BT-7 o el T-26, centenares de los cuales acabaron calcinados por los hitlerianos en las primeras semanas de la Gran Guerra Patria, Kóshkin se encomendó a sí mismo la ambiciosa tarea de diseñar un tanque medio capaz de resistir al fuego enemigo. 

Para confeccionar una obra de arte en el mundo de los blindados no basta solo con ser un prodigio técnico, se necesitan dotes especiales para tejer a un equipo cohesionado. Y, según las menciones de sus contemporáneos, a Mijaíl Ilyich no le faltaban esos dotes. Las crónicas retratan a Kóshkin como un jefe sincero y franco que no intentaba marcar distancia con sus subordinados. 

Pasión por el nuevo tanque

"Kóshkin era apasionado. Fanático. Su vida estaba en un constante rojo vivo. Este frenesí le ayudó a promocionar el tanque. Sabía cómo liderar, exaltar a la gente. No había nada mundano en Kóshkin. Nunca pensaba en la vida cotidiana. Tenía prisa. Siempre hambriento. Cansado, pero había fuego dentro de él. [...] Era un organizador nato. Estaba obsesionado con el nuevo tanque y consiguió contagiarnos esa obsesión a todos nosotros. A pesar de la extrema complejidad de la tarea que había que resolver, no dudamos ni un minuto de su realidad y no escatimamos esfuerzos en aras de conseguir el objetivo marcado", lo describían sus colegas. 

Entretanto, ya en otoño de 1937 el Ejército le encarga a la planta de Kóshkin un pedido para elaborar un nuevo tanque semioruga: así nace el proyecto bajo la letra A-20. Empero, ese modelo no le gustaba al propio Kóshkin: argumentaba que estos blindados podrían lidiar con el polvo de las carreteras, pero serían más propensos a atascarse en condiciones de combate reales en las que, por regla general, acaban chapoteando en el barro y cubiertos enteramente por él. Por tanto, en los talleres de Kóshkin nació otro modelo, esta vez completamente basado sobre orugas: el A-32. 

La guerra entre la URSS y Finlandia, conocida como la Guerra de Invierno, entre noviembre de 1939 y marzo de 1940, sirvió como prueba de que los tanques sobre orugas tenían una gran ventaja en terrenos accidentados. Con esas lecciones aprendidas, Kóshkin y su oficina de diseño hicieron varias modificaciones a la versión A-32, como el aumento de blindaje inclinado, que en el plano frontal alcanzaba 45 mm, así como la instalación de un cañón de 76 mm. Así nació el T-34, que fue adoptado por el Ejército Rojo en diciembre de 1939, incluso antes de que fueran hechos sus prototipos. 

Aventurero

Pese a ello, la salida de los primeros modelos no se hizo esperar y en marzo de 1940 llegó la hora H para Kóshkin. Para lanzar la producción en serie, se necesitaba recorrer un determinado número de kilómetros en el marco de ensayos para evidenciar su viabilidad. El expastelero tomó una decisión valiente, pero arriesgada y aventurera: cubrir parte de los kilómetros requeridos en el marco de una marcha hasta las murallas del Kremlin

Muchos militares estaban seguros de que los nuevos tanques de Kóshkin fallarían durante el recorrido y no llegarían de Járkov a la capital. La marcha de unos 700 kilómetros empezó el 12 de marzo e incluía dos prototipos y vehículos de acompañamiento. Ya que se trataba de blindados innovadores, los T-34 tenían que evitar grandes localidades, con paradas solo bajo el paraguas de oscuridad. Pese a los llamados a empezar a prestar más atención a su precario estado de salud, el constructor jefe ensayaba su obra en carne propia, apuntando los defectos detectados. Finalmente y contra todo pronóstico, los dos T-34 entraron en el Kremlin por dos puertas distintas. Antes de llegar a la puerta, los tanques giraron bruscamente y aceleraron el uno hacia el otro, haciendo saltar chispas de forma espectacular sobre los adoquines del Kremlin. 

Kóshkin alcanzó su objetivo. La jefatura del país, incluido el propio Iósif Stalin, quedaron impresionados por la fiabilidad de los blindados. Ya el día 31 del mismo mes, el engranaje estatal dio inicio a la fabricación en serie del T-34, con más de un centenar de unidades ensambladas para finales de 1940. 

No obstante, el motor del propio ingeniero jefe ya andaba mal. Durante el recorrido de vuelta a Járkov, la flaqueada salud de Kóshkin sufrió otro golpe. Isaác Bitenski, el mecánico conductor de uno de los dos tanques que participó en la marcha, recordaba que durante el cruce del río Oká el blindado de Kóshkin cayó del puente al borde de una pendiente, dejando al diseñador magullado y mojado. Tras regresar a Járkov, Mijaíl Ilyich acabó hospitalizado con un diagnóstico poco esperanzador: neumonía en abandono. El 26 de septiembre de 1940, el corazón del padre del T-34 dejó de latir

Mijaíl Kóshkin no vio el triunfo de su 'bebé blindado' en el campo de batalla y recibió altas condecoraciones como el premio de Stalin solo a título póstumo. Su T-34, al experimentar centenares de modificaciones, no era un arma milagrosa, pero sus prestaciones le daban exactamente lo que necesitaba el Ejército: ser el burro de carga que salvaría a su tripulación en el momento crítico.

En función de la fuente, el número total de los T-34 producidos varía, aunque se trata de una cifra que supera con creces los 60.000. Igual eso no importa tanto, pero lo siguiente sí: con ese tanque, el soldado soviético pasó de retiradas y cercos a ofensivas, avances y calderas que lo llevaron hasta los muros del Reichstag

Si quieren conocer más historias de este tipo, pueden escucharlas en el pódcast 'Huellas rusas', disponible en la mayoría de las plataformas correspondientes.

Timur Medzhídov

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